domingo, 5 de junio de 2011

Leonard Cohen - Everybody Knows




Leonard Cohen fue premiado esta semana en reconocimiento a su trabajo como poeta y novelista. Aquel elegante estudiante universitario que comenzó a hacerse conocer a través de la literatura, terminó abandonando la universidad para tomar una guitarra y probar suerte en Estados Unidos. No se equivocó.
El jurado que esta semana le dio el Premio Príncipe de Asturias de las Letras -presidido por el ex director de la Real Academia Española de la Lengua, Víctor García de la Concha- lo consideró autor “de una obra literaria que ha influido en tres generaciones de todo el mundo, a través de la creación de un imaginario sentimental en el que la poesía y la música se funden en un valor inalterable”. Cohen fue preferido por sobre escritores de la talla de Alice Munro, también canadiense, y el británico Ian McEwan, los otros dos finalistas del premio que consiste en 50 mil euros y una estatuilla diseñada por Joan Miró.

En el principio las letras
Clarín.com reseña al artista nacido en Montreal (Canadá) hace 77 años. Cohen publicó su primer libro de poemas, “Comparemos mitologías”, en 1956, influido principalmente por la obra de Federico García Lorca, pero también por autores como Yeats, Irving Layton -fue su profesor en la secundaria- y Whitman. Le siguieron “La caja de especias de la Tierra” (1961) y “Flores para Hitler” (1964), también poemarios, y las novelas “El juego favorito” (1963) y “Hermosos perdedores” (1966). Estos libros lo convirtieron en un autor reconocido en el círculo literario canadiense, pero estaban lejos de ser éxitos editoriales.
Entonces, Cohen decidió probar suerte con la música. Así lo contó en una entrevista realizada por Jian Ghomeshi, de la CBC-RadioCanada, en 2009.
“En Canadá en ese momento muchas veces imprimíamos nuestros libros, los mimeografiábamos. Una edición de 200 se considera un best-seller en poesía. En un momento me di cuenta de que iba a tener que empeñarme y ganarme la vida, y no sabía cómo hacerlo. Había escrito un par de novelas que habían sido bien recibidas, pero habían vendido alrededor de 3000 copias. Alguna ganó un premio o dos y los comentarios fueron buenos, pero las ventas fueron muy, muy limitadas, así que tuve que hacer algo y lo único que sabía hacer era tocar la guitarra”.
Fue así como se mudó a la isla griega de Hydra para perderse en el mundo de las palabras. Sin embargo, su creciente producción literaria se fugó por otros horizontes. Recuperando un gusto de adolescencia, sacó su guitarra y plasmó sus palabras en canciones. Un encuentro accidental con la cantante Judy Collins cambiaría para siempre su destino. 

Las canciones
Entusiasmado por su nueva faceta de músico, viajó hasta los Estados Unidos para probar algo de suerte. Visitó los centros culturales más importantes del Nueva York de finales de los años 60 (donde la figura de Andy Warhol era omnipresente) y pegó un acuerdo casi comercial por accidente: la más clásica de sus canciones, "Suzanne", ahí fue que enamoró a una Judy Collins que cierta presencia tenía en los círculos folk de la época.
Collins logró un éxito considerable con "Suzanne", mientras que Cohen sonaba ya en la mente de algunos productores; John Hammond, de Columbia, decidió contratar al canadiense como artista de sus filas.
El resultado fue monumental. A pesar de contar con una voz muy limitada (fea, dirían algunos), “The songs of Leonard Cohen” (1967) se convirtió en objeto de culto para las audiencias estadounidenses y en éxito comercial para las europeas, por su sublime combinación de melodías entrañables acompañadas de poesías de extraordinaria factura. 
Los setentas y ochentas
Ya un cantautor formado, otrora poeta, se embarcaría en una etapa complicada dentro de su carrera musical: sus discos de los años 70 se compararían muy mal con sus obras anteriores, y su súbito interés por presentarse en vivo afectaría seriamente sus capacidades de composición.
Una fallida colaboración con Phil Spector (“Death of a ladies man”, 1977) y varias ediciones de discos en vivo marcarían un cambio de estilos en tanto se dejaban a un lado los arreglos mínimos de sus primeras canciones por piezas más complejas, peor logradas.
Esta década, perdida en el olvido musical, se vería medianamente salvada por su producción de los 80, que con discos como “Various positions” (1984) logró posicionar nuevos clásicos como "Hallelujah", "First We Take Manhattan", "The future", "Tower of song" y algunos otros. 

Presente
Leonard Cohen editó otros volúmenes de escritura a lo largo de su carrera, se concentró en nuevos horizontes espirituales (vivió por meses en un monasterio budista) y lanzó algunos pocos discos en las décadas siguientes.
Sin lugar a dudas, nunca logró tener el impacto que logró en sus primeros años, pero la leyenda perduró con tanta salud que, al día de hoy, son pocos los músicos considerados a su altura: Bob Dylan, quizá Neil Young, no muchos más. Admirado por el público y por sus colegas, es un autor de culto del que el propio Dylan-ganador del Príncipe de Asturias de las Artes en 2007- dijo: “Si no fuera Bob Dylan, me gustaría ser Leonard Cohen”.
En los años más recientes, Cohen revivió para el público a causa de una tragedia: un fraude que le quitó sus ahorros le obligó a ofrecer conciertos de nuevo.
Sigue en forma a los 77 años y esperemos que el reconocimiento que ahora le otorga la Fundación Príncipe de Asturias sirva para recordar que, ante todo, estamos ante un monstruo creativo que nos ha regalado muchos, muchos años de producción. 
*Con datos de clarín.com, lanacion.com.ar y chilango