lunes, 5 de septiembre de 2011


Jean Arthur Rimbaud





Una temporada en el infierno

Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde corrían todos los vinos, donde
se abrían todos los corazones.
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.
Yo me he armado contra la justicia.
Yo me he fugado. ¡Oh brujas, oh miseria, odio, mi tesoro fue confiado a vosotros!
Conseguí desvanecer en mi espíritu toda esperanza humana. Sobre toda dicha, para
estrangularla, salté con el ataque sordo del animal feroz.
Yo llamé a los verdugos para morir mordiendo la culata de sus fusiles. Invoqué a las
plagas, para sofocarme con sangre, con arena. El infortunio fue mi dios. Yo me he tendido
cuan largo era en el barro. Me he secado en la ráfaga del crimen. Y le he jugado malas
pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la risa espantable del idiota.
Ahora bien, recientemente, como estuviera a punto de exhalar el último ¡cuac! pensé
en buscar la llave del antiguo festín, en el que acaso recobrara el apetito.
Esa llave es la caridad. ¡Y tal inspiración demuestra que he soñado!
"Tú seguirás siendo una hiena, etc... declara el demonio que me coronó con tan
amables amapolas. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y con tu egoísmo y con todos los
pecados capitales".
¡Ah! ¡por demás los tengo! Pero, caro Satán, os conjuro a ello, ¡menos irritación en
esos ojos! Y a la espera de las pocas y pequeñas cobardías que faltan, desprendo para vos,
que amáis en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, unas cuantas
páginas horrendas de mi carnet de condenado.
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